40 gorriones y pico

•septiembre 22, 2011 • 6 comentarios

Vivo en Mar del Plata porque no concibo la idea de que una ciudad pueda crecer indefinidamente. La presencia del mar obliga a la gente a tener que desparramarse en sólo tres puntos cardinales, y eso es lo que busco: que la ciudad termine en algún momento.

Además, tiene las cosas de una gran ciudad, y en algunos casos, el espíritu de las pequeñas. Digamos que la elijo cada día por estas cosas.
A pesar de todo, no suelo usar el recurso del mar: no hago surf, voy poco a la playa (trabajo más en el verano, como corresponde), no suelo pescar, no salgo a correr…

Pero de vez en cuando me voy a verlo un rato. Eso hago: lo miro.

Y le hablo, claro; lo saludo, le preguntó por qué se picó, o le agradezco la calma. Conversaciones que ya considero naturales.

Una tarde, en uno de esos remansos entre tormenta y tormenta, me fui a verlo. Elegí un lugar al que hacía mucho que no iba: la rotonda del Golf Club, frente al puerto.

El clima me obligó a quedarme tomando mates en el auto. Hasta aquí, nada del otro mundo.
Lo curioso fueron los gorriones.

El primero en posarse sobre el capot del auto era tal vez el más robusto. Dio unos saltos hacia el vidrio, mirando fijamente el mate que yo sostenía impávido.

Le retribuí la mirada, pero la desvié enseguida hacia el segundo de los gorriones, que ya saltaba sobre la chapa.

Miré por la ventana y por los espejos, esperando encontrarme con la misma escena en el resto de los autos que había en el sector, pero eso no pasaba. Sólo había gorriones en el mío. A los pocos minutos, ocho gorriones se habían apoderado del capot.

Fueron apareciendo más pájaros. A mi izquierda, sobre el asfalto casi negro, y sin que medie un soborno de migas de mi parte, se agazapaban más de 25 gorriones; la misma imagen se repitió delante del auto, sobre la vereda, pero allí eran menos aves.

El reflejo del sol sobre los gorriones, que me miraban con insistencia, daba un efecto surrealista que no había visto en otra ocasión.

Empecé a pensar que la situación era digna de una reflexión edificante. Estaba en eso cuando el “Refutador de Leyendas” que todos llevamos dentro (gracias, Dolina) me explicó que los pájaros se quedaban por no sé qué barrera contra el viento y algo de los rayos de sol…Preferí no escucharlo.

Preferí quedarme ahí hasta que los cuarenta gorriones decidan irse, dejarme seguir con mi vida.

Presentación del libro: Voluntades con pies redondos (poesía periódica)

•May 14, 2011 • 2 comentarios

Villa Victoria Ocampo

Matheu 1851 – Mar del Plata

Domingo 22 de Mayo – 19 hs.

“Sin que este sea un libro divino -o por lo menos inspirado-, sí puedo afirmar que los poemas que contiene fueron escritos en el más absoluto estado de inconsciencia. Un libro escrito en base a la recurrencia involuntaria de ideas e impulsos. Julio Alfonso decía que no había que escribir con “la cosa” sino con su recuerdo. Yo adhiero, pero ¿qué pasa cuando el recuerdo insiste en repetirse o replicarse en distintas situaciones? ¿Qué pasa cuando la idea no quiere ser cambiada y lucha por manifestarse? ¿Qué pasa si la necesidad nos sobrepasa en peso, en altura, en fuerza? Hay una conciencia de la realidad cíclica, de la periodicidad, de las sensaciones como un déjà-vu que no deja dormir. La vida es cíclica y la poesía forma parte de la vida. La poesía es la vida. Hay poesía en lo cotidiano, en lo diario. Hay poesía como noticia de vida. Hay en la poesía una información que no puede ser nombrada de otra forma. No hay nada nuevo para contar, es verdad. Nos queda la esperanza de que haya nuevas formas de contar o nuevos oídos dispuestos a escuchar.”

Poesía & Música en Sibelius // Gonzalo Viñao – Alejo Salem

•febrero 23, 2011 • Deja un comentario

Hora: Sábado, 26 de febrero · 19:00 – 22:00

Lugar: Sibelius – La Carpita, Güemes 3381

(Mar del Plata, Argentina)

Los que leen:

Gonzalo Viñao (www.costanegra.blogspot.com)

Alejo Salem (www.alejosalem.wordpress.com)

Los que tocan:

Carolina Bugnone: flauta

Leopoldo Pereyra: guitarra

*** la cerveza va por nuestra cuenta ***

Me extraña, araña…

•enero 15, 2011 • 4 comentarios

 

 

 

Arañas lloviendo, envolviéndome en babas del diablo; invitándome a vomitar, a pegarme en cada parte del cuerpo que perciba sus patas. Arañas dejando telas cruzadas por todos lados, adueñándose de lo inhabitado o de lo inmóvil. Arañas huyendo, apuradas por conectar sus redes fatales. Arañas pequeñas y veloces buscando una salida en la inmensidad del aire, y las medianas, no tan rápidas, tratando de defenderse o poniéndose en guardia.

 

 

No te soporto, araña. Ni a vos ni a tu estúpida paciencia tejida con dolores ajenos.

No tolero tu mirada devoradora de bondadosas moscas molestas. Me asquean tus ojos diminutos y miserables, afanados en sembrar tu terror.

Me desagradan mucho tus patas de búsqueda al tanteo de víctimas desprevenidas, patas finas que se vanaglorian de su superioridad numérica; patas horribles y desproporcionadas que te arrancaría para ver hasta donde llega tu valentía de carcelera vil.

Me enferma tu calma violenta contra mártires bichos bolita pacíficos y grises, y tu figura de estatua del espanto tan conocida como dañina.

Me repugna tu mandíbula hambrienta de cadáveres del cansancio en su lucha por la liberación. No me importa si tenés pelos revulsivos y sudorosos de europea new age, o si estás depilada como una modelo porno; sos la vergüenza estética de tu especie.

Me espanta verte bajar en tu liana brillosa y resistente, aprovechándote del viento para expandir tu dominio de alucinógenos cables de la muerte. No voy a tolerar que los relatores de fútbol te traigan a la memoria de la gente cuando algún diez habilidoso logra que la pelota entre al arco cerca de uno de sus vértices superiores.

Me da nauseas tu angurria de falsa carnívora, tu ingeniería imperfecta de emboscadas, tu cuerpo complejo y acomplejado de culona deforme. Me fastidia tu andar octópodo y paranoico, tu ritual de cosecha de mosquitos distraídos, tu desaforada voluntad de acopio.

Vos siempre tan previsora, tan obsesa observadora de tu realidad circundante de insectos inertes. Siempre tan quieta, ahí, como tantos bichos que despedazaste para comer solo su parte más nutritiva; disfrutando de su desesperación por zafarse, viendo tu reflejo delirante en los múltiples ojos verdosos de moscas gordas y miedosas.

Me extraña. araña. Deberías haber sabido que tu muerte también te rondaba, que mi zapatilla te había fijado en su mira, que no la ibas a engañar haciéndote un ovillo de araña cobarde.

Deberías haber sabido que nunca creí en tu disimulo, en tu voluntad de burlar a la muerte fingiéndote sin vida.

Deberías haber visto la llama de mi encendedor a punto de purificarte…..

Uno

•noviembre 11, 2010 • 2 comentarios

“Después de las primeras horas el tiempo sufre una transformación peculiar: hay una especie de pausa mental y todo pierde sus límites reales, sobreviene un mareo, y luego la nada de la uniformidad de los pensamientos. El bloqueo no deja nada en pie; uno sólo puede encontrarse consigo mismo: en el mejor de los casos hay una preocupación por el futuro inmediato, lo cual da (innecesariamente) más tiempo.
Y después lo inevitable del tedio. Ese estado insobornable de eternidad ingrata que termina por convencernos de la inutilidad de la introspección. El encuentro con uno mismo queda tras la dolorosa realidad de saber que si no fuera por nosotros estaríamos mucho mejor.”
En esto estaba cuando se abrió la puerta del baño en el que había quedado encerrado.

De insomnios y nadas

•octubre 20, 2009 • 2 comentarios

Hace algunas noches fui dominado por un persistente insomnio; por persistente entiendo “mantenerse firme”, y acepto “falta de sueño” por insomnio. A esto debería agregarle un estado anímico excedido en exaltación, y una voluntad de escribir Algo llevado, no lo niego, por la porfía.

En compañía de un disco de jazz electrónico y el infaltable atado de cigarrillos, decidí hacer caso de las circunstancias y sentarme a escribir a la antigua, muñido (siempre quise usar esta palabra pero nunca encontré la ocasión propicia; acabo de saldar una íntima deuda) de reglamentario papel y birome. Por fortuna, la inspiración me encontraba trabajando.

Al cabo de un rato la pulsión llegaba a su fin: dos carillas con un breve pero exacto análisis de dicha situación, con algunos giros de los que me sentía orgulloso, un par de citas literarias; había logrado un texto que me conformaba.

Me serví un vaso de –ya clásico en mí – mistela con hielo para celebrar, con la promesa de corregirlo al día siguiente (el efecto terapéutico inmediato posterior había sido la aparición vertiginosa del sueño).

La urgencia por irme a trabajar me hizo olvidar de la tarea de corrección, tipeado en la computadora y publicación on-line del apunte de la noche anterior. Cuando volví a mi casa me olvidé nuevamente, no ya del trabajo pendiente, sino de la existencia del texto mismo.

Anoche, invadido de nuevo por el insomnio, me acordé. Busqué la hoja con el borrador; no estaba donde yo suponía que tenía que estar. Pensé “debo haberla guardado bien, para no perderla”. Revolví dos o tres cajones y encontré de todo menos eso. Volví sobre mis pasos, tratando de recordar lo que hice la noche de ese primer insomnio. No hubo caso.

Decidí reescribirlo, tratando de generar de nuevo las sensaciones del primer momento, la emoción de dar a luz una obra, por mínima que sea; la felicidad de saber que somos capaces de comunicarnos, la armonía con uno mismo que genera el deseo satisfecho. Nada.

Nada no; esto, lo que están leyendo. Nada.

Me cansé de putearme. No es la primera vez que me pasa. Y tengo la sospecha (que es un lugar común) de que nunca voy a escribir un texto como ése.

La lluvia y la inspiración

•septiembre 25, 2009 • 6 comentarios

Harto del lugar común de la lluvia, o de la idea ya vulgar de asociar la lluvia con la inspiración de los artistas, y cansado de negarme a aceptar esto como un hecho –aún a pesar de haber obrado alguna vez baja los artísticos efectos de una noche de lluvia-, tuve que ponerme a pensar qué lleva a una persona a creer que basta con una llovizna barata para creer que uno puede dar a luz una obra con un supuesto interés literario o musical.

No estoy muy seguro de que las musas funcionen así.

Sospecho –hasta que la ciencia me diga lo contrario- que Noé no escribió nada durante esos húmedos cuarenta días con sus noches; no creo que los vaivenes del arca hayan estropeado sus trazos sobre un lienzo, ni se me ocurre pensar que despidió a la paloma tocando con la lira o algún otro instrumento una canción creada ad hoc. Y eso que le sobró lluvia para inspirarse…

Si es por mí, que llueva todo lo que quiera, que no se me van a ocurrir más cosas en proporción directa a los milímetros caídos. Ni más ni mejores, me dirán, y lo acepto.

Sí creo que tal vez, imaginándome mirar la lluvia por una ventana empañada, en una tarde fría y solitaria junto a una estufa a leña, es probable que me llegue un sentimiento, no digo inspirador, pero sí que reflote alguna sensación que la vida cotidiana no me permite transcribir en un papel.

En ese caso, la inspiración no llega por el agua que cae, sino porque uno se ve imposibilitado de hacer otra cosa que no sea estar encerrado mientras el jardín de adelante se inunda.

Puedo decir que la lluvia me inspira desconfianza, contrariedades, apetito sexual. Y no es que no me guste; adoro las tormentas, y si son eléctricas y de verano, mejor. Me encantan –en sentido estricto- si son nocturnas, con las nubes negras que sólo permiten la distinción de sus formas a través de un rayo. Me gusta el ruido de cielo cuando se quiebra con un trueno, siento que me pega en el esternón (como cuando la veo a ella).

Alguien me dijo que el amor es algo así.